El siguiente texto fue publicado en el desaparecido fanzine 'Amano' nº 10, en edición electrónica, en 1999. [Versión Imprimible PDF]
He abierto los ojos, el perfecto diafragma de mis pupilas se ha ajustado, digamos que ha tropezado automáticamente con un objeto. Cómo sé yo que esa mirada me devolverá fielmente el arriesgado encargo que le he encomendado, la difícil tarea de acreditar, distinguir o reconocer; cómo sé yo que, mientras va, no tenderá a ceder cuando traspase las corrientes nerviosas que ya van azotando aquel aire opaco y hostil queriendo mentirme. ¿Sabes?, no me fío de las demás máquinas. Puede que mi mirada exagere o minimice aquello que considero real. Mi percepción, a diferencia de la tuya, está exaltada por la duda constante, por el miedo y la desconfianza ante las apariencias. Un segundo tardarán mis ojos en recibir una respuesta traída y roída por el exterior. Y en ese segundo puedo, incluso, haber cambiado de idea respecto a lo que iba a ver. El primer paso que daría un ordenador que tuviera constancia de su existencia sería desconfiar de aquello para lo que ha sido programado. (...)
Ya ha pasado un segundo. Por fin la luz me ha traído (devuelto) la imagen de ese objeto que miraba hace un rato, parece ser que es una silla, una silla tridimensional y además en color. Ahora en mi mente existe la idea de una silla. Pero, ¿y si en realidad es sólo una estructura de hierro? Sólo hay un modo de saberlo. Algún día, con la luz apagada, tropezaré con un objeto, me habré clavado algo en la parte inferior de la pierna entonces reaccionaré queriendo tocarme, me sentaré para estar más cómodo mientras calmo el dolor con la mano y, por comodidad, me sentaré sabiendo que ese objeto es una silla. Desconfiar de lo que vemos no quiere decir que no lo aceptemos. ¡Claro hombre! Si todos dicen que una silla es una silla yo no voy a ser menos, pero, paradójicamente, es necesario aceptar que todo es falso en cuanto a las múltiples interpretaciones posibles y, sobre todo, en cuanto a los múltiples encuentros posibles. (...)
La percepción es una capacidad psicológica asegurada por el buen funcionamiento de las zonas cerebrales primarias, secundarias y otras, en relación con la integración de las sensaciones. Algunas de las actividades tendentes a la captación de la información que será recibida por los órganos sensoriales consisten en conductas observables en el individuo, como pueden ser los movimientos oculares. Pero hay otras actividades de captación internas, siempre presentes en el sujeto, que constituyen el caracter subjetivo de la percepción. Son procesos de eliminación, transformación, etc., que se originan después de recibir la información y que desembocan en la organización de la representación interna del objeto o del estímulo. El carácter subjetivo de la percepción se pone de manifiesto claramente en el test de Rorschach, en el que la interpretación de los estímulos visuales de las láminas está en función de la personalidad y la historia anterior del sujeto. La distinción o separación de las partes de un todo hasta llegar a conocer sus principios o elementos no es la única vía posible. El perfecto uso de la razón permite que podamos construir creencias a partir de líneas de pensamiento perfectamente entramadas unas con otras.
No he nacido en el lugar que me corresponde, no he recibido las influencias que más se ajustan a mi modo de sentir. Soy, pues, una persona que vive en una descontextualización inmensa y mi reacción debe ser la de asumir esta descontextualización, este descoloque de piezas que no encajan. Actualmente estoy prestando servicio militar, eligí separarme del ámbito artístico en el que me encontraba involucrado, o creía encontrarme, para ir a parar al otro extremo, al extremo de los convencidos. Me levanto todos los días oyendo un grito de diana, me visto con un uniforme y obedezco a una sarta de imbéciles todo el día hasta que me acuesto. Allí no soy nadie, es decir que soy menos que en cualquier otro lugar. Y eso es lo que buscaba, estar lejos, demostrar que puedo vivir en lo inadecuado y sentirme hasta mejor que cuando estoy donde en principio me conviene. He confirmado que soy un hombre roto por dentro y tengo la impresión de que detrás de esa actitud aparentemente estúpida estoy diciendo algo.
El estímulo de los alquimistas fue poder hacer oro a partir de la materia común, de la porquería. Quién sabe si hoy tratarían de reelaborar los residuos sociales de la realidad para el mismo "fin". Parto de la base de que todo son símbolos representados a través de signos. Existe una hipersaturación de éstos por la proliferación de medios comunicativos. Debido a esta abundancia y reiteración, siento la necesidad de un replanteamiento en cuanto a "forma" y "contenido" de los símbolos y signos que me rodean. Asumo el continuo interrogante en cuanto al grado de representatividad e inteligiblidad. Decididamente todo "depende". Es en este replanteamiento donde aparece un tercer condicionante hasta ahora relegado como secundario: el contexto. El contexto, o mejor dicho, el des-contexto; me alimento de las chispas que surgen de los roces de distintos elementos siempre en movimiento, de la relación entre interior-exterior, entre el yo y el otro, entre el "eso" y el "aquello"... A ver si me explico, a partir de la interactuación de distintos contextos se libera una energía (algo así como lo que sucede con los átomos). Por ejemplo: una vaca. No sé si una vaca es realmente una vaca. Todos parecen tenerlo muy claro pero yo no lo sé. A mí no me interesa romperme la cabeza en tratar de expresar qué o cómo es una vaca, o de encasillarla en una definición subjetiva. Simplemente pongo a su lado, por ejemplo, una silla y me viene de inmediato la "definición" de qué es una vaca.
Veo el mundo, y lo represento como una trama de relaciones de una complejidad inextricable. En la vida, y más recientemente en Internet, navegamos. Y lo hacemos a través de vínculos, "links", que relacionan, intercalan e interactúan. Ya sea por medio de hipertexto, imágenes, sonidos... Las conexiones entre individuos funcionan igual que las conexiones en nuestro cerebro. Todo es imbuído de todo, aunque resulte taoístico, pero es verdad. La idea de una obra acabada no puede tener sentido, pues todo está en permanente proceso y regeneración. El producto es el proceso. Advierto cierta imposibilidad de congelar el movimiento incesante de las partículas. Hoy más que nunca el planteamiento del artista como creador particular queda obsoleto llegando a disolverse en una inmensa maraña de procesamientos mentales y juegos simbólicos y ambigüos, imposibles de esclarecer, donde la interpretación ajustada es ya casi imposible. El artista desaparece, quedando la figura solo del procreador celuloide, un investigador/explorador que busca el compromiso coherente consigo mismo y con lo que le rodea sin las pretensiones culminativas del antiguo artista. En otras palabras, el antiguo artista, ahora, se involucra en una única creación interminable e indeterminable y no en acotables creaciones individuales que lo presitúan en un determinado círculo o ambiente sectario. Bueno, no trato de ser polémico... no tengo una intención predeterminada de lo que debe o no debe ser. De hecho, es necesario que sigan habiendo pintores, paisajistas, artesanos, fontaneros, etc. No me posiciono más que para actuar en concordancia con lo que ya está "actuando" en mí desde hace unos cuantos años. De todas formas no soy excluyente. Y aunque lo fuera mi voz sola vale bien poco.
También considero importante el criterio selectivo. La tarea de dirigir tu energía, como copartícipe de la creación, hacia un lado u otro en función de lo que crees aprovechable o simplemente estimulante. Seleccionamos, pues, a partir de unos intereses no siempre claros. En este sentido la selección natural tiene más sentido. Todo tiene un por qué evolutivo biológico, pero en el hombre todo parece adquirir muchos más matices. Quisiera saber hasta qué punto sufrimos una "evolución" ya que vivimos, o tendemos a vivir, en un ecosistema más artificial que biológico. Podemos hablar fácilmente de supervivencia de una especie animal para justificar la evolución morfológica o incluso neuronal que ha seguido. Pero la supervivencia humana no es sólo biológica, también es psíquica. El ser humano es un ser pensante; en un principio la capacidad de pensar nos ayudaba a sobrevivir, nos ayudaba a resolver cuestiones básicas, pero ahora hemos llegado a una abstracción simbólica tal, que no nos queda más remedio que sobrevivir a las distintas formas de "pensar" de nuestros propios semejantes, a los mecanismos, estudiados o no, que encaminan nuestro pensamiento hacia lo que no tiene por qué ser sano para nosotros. El pensamiento se ha colapsado engendrando toda suerte de virus psíquicos en nuestro artificial ecosistema. Pienso en cómo sobrevivir al pensamiento hipnopédico que me repite cien veces al día que si esto o lo otro, de mano de los medios institucionalizados. En principio la utilidad de las palabras está en función de que digan o transcriban perfectamente la intención del "orador" de transferir emociones y pensamientos a otros. Esto en general es tan utópico como imposible o subjetivo. Tendría más sentido un lenguaje numerológico. El lenguaje ya no tiene un carácter descriptivo o incluso místico, sino únicamente subliminal. Como dice L. Wittgenstein: un sano escepticismo ante el alcance de las palabras es una buena medida de higiene mental. O como dice Steve Shaviro: La multiplicidad de signos ha saturado las vías de conocimiento. En el incesante traficar del lenguaje no encontramos su ser sino siempre sólo voces: voces y más voces, voces dentro y detrás de otras voces, voces interfiriendo, reemplazando y capturando otras voces.
Qué importa que estés de acuerdo o no respecto a mi opinión de lo que es una idea. Lo que llamamos idea, en el sentido en que todo el mundo siempre la ha tomado en la historia de la filosofía, es un modo de pensamiento que representa algo. Un modo de pensamiento representativo. Por ejemplo, la idea del triángulo es el modo de pensamiento que representa algo. Un modo de pensamiento representativo. La idea, en tanto que representa algo está llamada a tener una realidad objetiva. Ésta realidad objetiva es la relación de la idea con el objeto que representa. Entonces, la idea es un modo de pensar definido por su carácter representativo. Esto ya nos da un primer punto de partida para distinguir idea y «afecto», porque se llama afecto a todo modo de pensamiento que no represente nada. Todo modo de pensamiento como no representativo será llamado afecto. Una voluntad, implica, en rigor, que yo quiero algo, eso que quiero, es objeto de representación, eso que quiero está dado en la idea, pero el hecho de querer no es una idea, es un afecto porque es un modo de pensamiento no representativo. Esto no es complicado, funciona así. Hay una primacía de la idea sobre el afecto por una razón muy simple y es que para amar hay que tener una idea, por confusa o indeterminada que sea, de lo que se ama. Aún cuando decimos «yo no sé lo que siento», hay una representación, por confusa que sea, del objeto. Hay una idea confusa. Hay, pues, una primacía cronológica y lógica de la idea sobre el afecto, es decir, de los modos representativos del pensamiento sobre los modos no representativos. Debemos partir de que, idea y afecto, son dos especies de modos de pensamiento que diferen en naturaleza, irreductibles el uno al otro, pero simplemente atrapados en una tal relación que el afecto presupone la idea, por confusa que sea.
¿Qué pasa concretamente en la vida? Suceden dos cosas. Estos comentarios sobre la idea y el afecto remiten a los libros dos y tres de la ética de Spinoza. En esos libros dos y tres, él nos hace una especie de retrato geométrico de nuestra vida. Ese retrato geométrico consiste en decirnos, a grosso modo, que nuestras ideas se suceden constantemente: una idea caza a otra, una idea reemplaza a otra, por ejemplo con el instante. Una percepción es un cierto tipo de idea. Hace un momento yo tenía la cabeza girada hacia allá, veía tal rincón de la sala, giro..., es otra idea; camino por una calle donde conozco personas, digo buenos días Pedro y después giro y digo buenos días Pablo. O bien las cosas cambian: miro el sol, y el sol poco a poco desaparece y me encuentro en la noche; son, entonces, una serie de sucesiones de ideas, de co-existencias de ideas. Pero ¿qué pasa también? Nuestra vida cotidiana no está hecha sólo de ideas que se suceden. Somos autómatas espirituales, es decir que no es tanto que nosotros tengamos ideas como que las ideas se afirman en nosotros. ¿Qué pasa, también, aparte de esta sucesión de ideas? Que algo en mí no cesa de variar. Hay un régimen de variación que no es la misma cosa que la sucesión de ideas mismas. «Variaciones», eso debe servirme para lo que quiero hacer. ¿Qué es esa variación? Retomo el ejemplo: me cruzo en la calle con Pedro que me es muy antipático, y después lo adelanto, digo buenos días Pedro, o bien tengo miedo, y después veo repentinamente a Pablo que me es muy encantador, y digo buenos días Pablo, tranquilizado, contento. Bien. ¿De qué se trata? Estamos fabricados como autómatas espirituales, todo el tiempo hay ideas que se suceden en nosotros, y siguiendo esta sucesión de ideas, nuestra potencia de actuar o nuestra fuerza de existir es aumentada o disminuída de una manera continua, sobre una línea continua, y esto es lo que llamamos afecto, lo que llamamos existir.
Es claro que mi percepción del sol indica mucho más la constitución de mi cuerpo, la manera como mi cuerpo está constituido que la manera como el sol está constituido. Percibo el sol así en virtud del estado de mis percepciones visuales. Una mosca percibirá el sol de manera diferente. Siento la afección del sol sobre mí. Es el efecto del sol sobre mi cuerpo. Pero de las causas, a saber lo que es mi cuerpo, lo que es el cuerpo del sol, y la relación entre esos dos cuerpos de tal manera que el uno produzca sobre el otro tal efecto más bien que otra cosa, de eso no sé absolutamente nada. Tomemos otro ejemplo: "el sol hace fundir la cera y endurecer la arcilla". No se trata de otra cosa. ¿En virtud de cuál constitución corporal la arcilla se endurece bajo la acción del sol? Mientras permanezco en la percepción de la afección, no sé nada. Diremos que las ideas-afecciones son las representaciones de efectos sin sus causas. Las ideas de mezcla separadas de las causas de la mezcla. Simplemente porque es una idea confusa, esta mezcla, es forzosamente confusa e inadecuada puesto que no sé absolutamente nada, de en virtud de qué y cómo el cuerpo o el alma de Pedro está constituido, de tal manera que ella no conviene con la mía, o de tal manera que su cuerpo no conviene con el mío. Puedo decir que eso no conviene, pero en virtud de cuál constitución de los cuerpos, y del cuerpo afectante y el cuerpo afectado, y del cuerpo que actúa y el cuerpo que sufre, a este nivel no sé nada. Son consecuencias separadas de sus premisas o, si lo prefieren, es un conocimiento de los efectos independientemente del conocimiento de las causas. Es, entonces, al azar de los encuentros.
La individualidad de un cuerpo se define por esto: es cuando una cierta relación muy compleja, o compuesta de movimiento y de reposo se mantiene a través de todos los cambios que afectan todas las partes al infinito del cuerpo considerado. Un cuerpo está necesariamente compuesto al infinito. Por ejemplo, mi ojo y la relativa constancia de mi ojo, se define por una cierta relación de movimiento y de reposo a través de todas las modificaciones de las diversas partes de mi ojo; pero mi ojo mismo, que tiene ya una infinidad de partes, es una de las partes de mi cuerpo, el ojo a su vez es una parte del rostro y el rostro, a su vez, es una parte de mi cuerpo, etc... Pueden pasar dos cosas: como algo que me gusta, o bien como algo y me desplomo envenenado. Estrictamente, en un caso, he hecho un buen encuentro, en el otro caso, he hecho un mal encuentro. Cuando hago un mal encuentro, esto quiere decir que el cuerpo que se mezcla con el mío destruye mi relación constituyente, o tiende a destruir una de mis relaciones subordinadas. Por ejemplo, como algo y tengo dolor de vientre, eso no me mata; destruye o inhibe, compromete una de mis sub-relaciones, una de mis relaciones componentes. Después como algo y muero. Allí, eso ha descompuesto mi relación compuesta, eso ha descompuesto la relación compleja que definía mi individualidad. No simplemente destruye una de mis relaciones subordinadas que componía una de mis sub-individualidades, ha destruido la relación característica de mi cuerpo. Inversamente a cuando como algo que me conviene.
He desarrollado una serie de anticuerpos que no atacan a los agentes nocivos externos que acuden a mí del exterior sino que los repelen a una prudente distancia. Por el momento vemos que desde que nacemos estamos condenados al azar de los encuentros. ¿Qué implica? Implica que nosotros no podemos conocernos a nosotros mismos, y sólo podemos conocer los cuerpos exteriores por las afecciones que los cuerpos exteriores producen sobre el nuestro. Sólo conozco las mezclas de cuerpos y sólo me conozco a mí mismo por la acción de otros cuerpos sobre el mío. Género humano, especie humana o aún raza, eso no tiene ninguna importancia mientras no hagamos la lista de los afectos de los que alguien es capaz, en el sentido más fuerte de la palabra, comprendidas las enfermedades de las que se es capaz. Es evidente que el caballo de paso y el caballo de labor son de la misma especie, son dos variedades de la misma especie, sin embargo los afectos son muy diferentes, las enfermedades son absolutamente diferentes, la capacidad de ser afectado es completamente diferente y, desde ese punto de vista, hay que decir que un caballo de labor está más próximo al buey que a un caballo de paso. En este sentido he averiguado que estoy más próximo a un alienígena que a un ser humano. Desenmascarar lo trascendente que hay dentro de lo cotidiano. El producto es el proceso, por lo tanto el fluir de pequeñas instantaneidades en las que aflora nuestra evolución. Es la convicción plena de que uno mismo no tiene por qué entender lo que se manifiesta a través suyo. Aunque si lo entiende, esto le eleva a las alturas y se manifiesta en un lenguaje superior que no es capaz de transcribir perfectamente.