Página de Inicio Escribir a: mail@contranatura.org

ARTÍCULOS
F i l o s o f í a s
Contra el método (Feyerabend)
P o l í t i c a s
Comentarios sobre la sociedad del espectáculo (Debord)
Falacias de la democracia (Cappelletti)
Post-estructuralismo y anarquismo (Todd May)
La fuerza del "¡NO!" (Colectivo Situaciones)
La ilusión democrática (Escudero)
C u l t u r a s
Puntos de Fuga (Montero)
Contra el Arte (Mestre)
La renuncia a la palabra (Read)
Bernhard: el iconoclasta y los anarquistas (Alemany)
El escritor y la conciencia (Dagerman)
¿Es posible un Arte* de izquierdas? (Mestre)
F i l m e s
El cine de las imágenes que tiemblan (Alvarez)
El cine, instrumento de poesía (Buñuel)
C o p y, r i g h t
El copyright contra la comunidad en la era de los ordenadores (Stallman)
Copyright y mare-moto (Wu Ming 1)
Abandonar el copyright (Joost Smiers)
S e x o s
La sexualidad de la mujer (Cachafeiro y Rodrigáñez)
La reinvención del amor (Cooper)
El problema del amor (Malatesta)
Sexo, censura del deseo (Escudero)
D i v e r s o s
El escenario de la violencia: ciudades y espectáculos (Azúa)
Exploración nº 6572 (Link co2)
Si no les gusta este mundo, por qué no prueban alguno de los otros (Dick)
Entre cuadernos y barrotes (Mayhua)


Filmando el lenguaje o las razones de un zángano

Isabel Escudero

Isabel Escudero, poeta y educadora nacida en Extremadura, España, se deja hablar a propósito del filme "La maman et la putain", de Jean Eustache. Texto publicado en la colección de ensayos titulada "Jean Eustache. El cine imposible" (Ediciones de la mirada, Valencia 2000) [Versión Imprimible PDF]

París, 1973. De los reflujos de la ya lejana ola del cinema verité, de los sótanos del existencialismo, de los agujeros del psicoanálisis, de la liberación femenina, de las postrimerías del 68, de los restos del naufragio surge, en manantial vertiginoso, una voz entre balbuciente y poderosa, que se niega a callarse, Jean Eustache, enjuto, desgarbado, depresivo, exaltado, férreamente tierno, comunicativo y solitario a la vez, tocado de mil contradicciones, se lanza colándose por la fisura cual dardo caliente desde el cine y contra el cine, a la vez como flecha y como herida, herida de una juventud azogada, pululante, noctámbula, que puebla los cafés, que se alimenta desesperadamente, melancólicamente, de canciones, de alcohol, de palabras.... Ahí está la masa y sustancia de lo que le atrae, de lo que le hace vivir, de lo que le mata. ¿Para qué buscarlo en otra parte? ¿Para qué recurrir a re-presentar lo que tan abiertamente, tan impúdicamente se presenta? Filmar la vida, tramos de vida. Sí, pero ¿qué es la vida sino, precisamente, no otra cosa que aquello que se filma? El cine como documento tembloroso entre la vida y el arte. La representación sólo puede dar parte de lo representable (Guy Debord) ..., pero ¿Y lo representable?, ¿es que lo representable es todo lo que hay? ¿no hay algo más allá o más abajo de lo representable? Eustache intenta esa captura entomológica y obstinada de unos animalitos que llamamos humanos, movidos por eso que decimos vida: una enfermedad mortal cuyo síntoma más aparatoso y persistente es el lenguaje. Hay que seguirle, pues, el rastro al síntoma. Él es el que habla, el que manda. Eustache, en La maman et la putain (1973), filma el lenguaje, esa instancia que arrastra a los cuerpos de un lado para otro, que los empuja a unos sobre otros, que los enlaza, los copula y los separa, que los vive y los desvive, que los mata hablando, como ese dicho popular de "por la boca muere el pez". Pero esta es la vida humana, su boca siempre insatisfecha. Se trata, pues, de la filmación de un síntoma: el habla. Las palabras crecen como una calentura, se tragan, se vomitan. Alexandre, un joven culto, alimentado de escrituras, nutrido de mujeres -como un zágano entre reinas- lanza palabras sin parar durante tres horas y treinta y siete minutos. La palabra es la intriga y, al mismo tiempo, es el cuerpo del delito. Esa lengua, siempre erecta, es lo que de verdad le une a ellas: es su poder primero. Seducción y razón a un tiempo. Así se bandea este curioso contradonjuán arrastrado del 68, revolucionario al mismo tiempo crítico y desvalido, comprometido y desengañado de las sucesivas revueltas, de las sucesivas mujeres, que hace examen de conciencia -o más bien, de subconsciencia- habitado por una especie de natura tertia artistificada, culturizada, que le lleva siempre a actuar en referencia a pelícualas, a canciones, a literatura. Ellas, las mujeres, hablan de otra manera, son prácticas, trabajan y follan sin solución de continuidad, lloran, escapan, vuelven, vuelven a llorar, hacen como que escuchan. Él se alimenta de ese escuchar de ellas, de ese hablar puntual tan físico de ellas no separado del sexo. Un hablar más que embarazoso, embarazado, que parece estar a punto de llegar pero que nunca llega, a punto de dar a luz una falta, un agujero que nunca se llena. La petición sin fin ante la cual cualquier masculino queda extenuado A esa producción deseante sólo se le puede hacer el juego homólogo, a su altura, desde el lenguaje. Sólo ahí, en ese hablar, se atisba una suerte de relación sexual entre hombre y mujer (sabiamente se decía, antes, en los pueblos para referirse a los noviazgos o amores: "fulanito habla con menganita", o bien "llevaban hablando siete años y la dejó plantada"). Es la única posibilidad de casamiento porque no hay relación sexual si no es por medio de ese hablar lleno de malentendidos, de equívocos, de repeticiones sin fin. El hablar de Alexandre es incontinente, se da por añadidura, se vierte sobre ellas como un semen retardado, desplazado, que se derrama siempre sobre la siguiente a la que en verdad estaba dedicado: es el agua honda de mujer común lo que le interesa, no tanto el pozo particular. Por muy diferentes que sean las tres mujeres que le rodean, es muy similar el tratamiento que les otorga. Al final repite maquinalmente la misma fórmula desesperada y ridícula del matrimonio, con la última que con la primera. Supone, en su intuición masculina, que eso es lo que ellas quieren: casarse, preñarse. Lo único cuando las palabras ya se agotan. Pero tampoco parece ser eso: al final, la tercera y última, la enfermera, "la putita" (que al final se ha soltado a hablar como él),a acaba la película vomitando,no precisamente con náuseas de embarazo,que es lo que su hueco añora, sino pariendo palabras: él la ha preñado de palabras. Para esta operación de rastreo del síntoma rector, esto es, el lenguaje, Eustache se ha desprendido valientemente de todos los recursos esquemáticos de la dramatización cinematográfica al uso. Las cosas importantes tienen el mismo estatuto y se presentan enredadas en una desesperada sintáxis con las más banales de un modo incontenible e inseparable y, ya se sabe, no se puede entresacar la cizaña del trigo cuando aún está tierno, hay que esperar a que crezca la siembra para entonces separar el grano de la paja. Y así se hace, durante más de tres horas que dura este documento, ni realista ni ficiticio, sino otra cosa más allá y más abajo que es ese tejido tembloroso y delicado que es La maman et la putain. Esta larga meditación de viva voz, en guerra de sexos, de amor contra el Amor, tras el amor perdido, se siente como una herida del desamparo masculino: un sexo declaradamente incapaz, pero especialmente capacitado para hacer declaraciones.

Que Eustache, desde su desnuda soledad, sospechara todo esto y lo haya sabido contar tan precisamente, no como si él lo contara, sino como si la vida misma hablase desde su crónica enfermedad, desde ese hablar herido, esa es su singular inteligencia y su valentía. ¡Lástima que el cine no siguiera por ahí en vez de venderse al Espectáculo, que es lo que venimos padeciendo largamente!. ir arriba