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La reinvención del amor

David Cooper

David Cooper fue un médico psiquiatra nacido en Ciudad del Cabo (Sudáfrica), con nacionalidad británica. En Londres, fundó el movimiento antipsiquiátrico en colaboración con otros disidentes: Ronald Laing, Joseph Berne, Aaron Easterson, entre otros. "La reinvención del amor" es el capítulo IV de "La gramática de la vida". [Versión Imprimible PDF]

En primer lugar, deseo establecer la diferencia entre amor y compasión. El amor es, fundamentalmente, una situación entre dos personas, aunque, cualquier persona puede estar incluida en varias situaciones semejantes de dos personas; mientras que la compasión puede extenderse a la mayoría de las personas del mundo e, incluso, abarcar el cosmos. El amor supone una implicación total y un compromiso total con el otro, junto con la correspondencia sexual central, aunque no necesariamente exclusiva. Ésta es, aproximadamente, la versión corriente del amor, versión que debe ser desestructurada y después reestructurada. La versión corriente del amor ya no puede sustentarse, en virtud de sus limitaciones.

El "sentimiento" de la compasión es otra cuestión. La compasión no es, meramente, el amor multiplicado; no es, meramente, el amor combinado con la piedad; no es, meramente, un amor más distanciado. La compasión es una modificación radical del espíritu que supone la desaparición de la violencia personal y potencia, en vez de reducir, las propias posibilidades revolucionarias. Sin duda es universalizante en tanto uno puede sentir deseos de llorar al ver en la calle gente vieja, "fea", pobre o mutilada, aunque por regla general sólo llore interiormente. La compasión es, asimismo, un pesar profundo por el dolor de otro; pesar cuando la respuesta más usual, lamentablemente, consiste en sentirse secretamente elevado al presenciar el sufrimiento, lo que significa sentir pena más que pesar. (Sentir pena por alguien siempre es destructivo, siempre es autoindulgencia identificatoria, en tanto el pesar supone la separatidad del ser.) La compasión, en este sentido, está precondicionada por la presencia del amor por otras personas reales específicas. Pero tal como he dicho antes, no puede haber compasión para los enemigos de la compasión.

Históricamente -y muy esquemáticamente- podemos analizar el amor del tantra esotérico, "indirecto". Mejor dicho, podemos no analizarlo, porque es esotérico, pero puedo decir que el yoga sexual implica, transitoriamente, la pérdida total de la propia mente "normal", en el estado a que me he referido como anoia. [1] Aquí el amor configura un movimiento repetido entre ser en nuestras mentes (enoia) y ser más allá de nuestras mentes (anoia).

La noción platónica del amor -como la fuerza mediante la cual el alma, despertada a la Belleza perfecta, se aproxima a la inmortalidad- quedó perdida en la realidad histórica de la sociedad griega mediante una reducción a lo puramente corporal.

El amor cristiano situó el amor a Cristo -ese otro remoto- por encima del amor a cualquier otra persona presente. Hacer el amor era venial, pecaminoso, si no estaba bendecido por un representante de Cristo en la tierra. Inevitablemente, esta "bendición" se enredó con el Estado, la Ley, la Propiedad y el Dinero. Todo el sistema se convirtió en un castigo difuso y en una antítesis maligna del amor del que debemos hablar y que debemos vivir ahora.

En el amor cortesano, a pesar de algunos momentos de oposición, había finalmente una sumisión a una jerarquía de poder y la reducción del amor a un gesto ritualizado.

En el amor victoriano, el énfasis sobre el dinero alcanzó su cima más alta. La posesión significaba que la esposa se transformaba en propiedad absoluta del marido. Sólo en el año 1972, en Austria -esa sofisticada potencia europea-, cambió levemente la posición. Hasta ahora, si el marido se trasladaba de un lugar a otro, la esposa tenía que seguirlo a riesgo de ser eliminada como persona en la sociedad.

En el caso del amor en la sociedad burguesa de nuestros días, existe una mistificación. En última instancia, se pone cierto acento en el matrimonio legal y persiste el aspecto monetario en una forma más ritualizada pero muy real. El hecho de que gente soltera viva junta y tenga hijos es más o menos pasado por alto en la mayoría de las sociedades burguesas, pero a menudo resulta necesario disfrazarlo de diversas formas, para que uno nunca pueda estar del todo seguro de su posición. En cualquier caso, hoy la regla es formar la familia nuclear burguesa, ese monstruoso instrumento del Estado represivo que, en su naturaleza misma, presenta situaciones de temor que niegan el amor. Se revela otra mistificación cuando observamos la dominante ideología micropolítica de nuestros tiempos, que pretende explicar la experiencia humana: la teoría freudiana no tiene nada que decir acerca del amor. La libido gobierna un territorio que el amor no se atreve a pisar.

Está, naturalmente, el amor revolucionario, el amor de los camaradas que luchan por el pueblo y aman al pueblo, no a un "pueblo" abstracto, sino a personas que uno conoce y con las que trabaja. Cuando el Che Guevara decía que el amor estaba en el centro del esfuerzo revolucionario sintetizaba esta situación. Para personas como el Che o como George Jackson, el amor era el principal motor de su lucha, y a ambos el amor les costó la vida. El amor asociado a un inmenso orgullo. Malcolm X, Carlos Marighela..., la lista se prolonga.

A falta de activismo revolucionario directo, las comunas proporcionan la clave de una nueva forma de amor. Compartir el sexo, aunque únicamente cuando no es una vía de escape del trabajo de una relación central entre dos personas, y también en ocasiones hacer el amor grupalmente, entre personas que se conocen y se aman entre sí sin la impersonalidad de la orgía, muestra el camino hacia un amor no celoso, no posesivo, no orientado hacia la propiedad; aunque compartir el sexo no es, en modo alguno, esencial para la comuna. Demuestra lo que he denominado La ilusión de la cuantificación del amor. Si la persona A ama (y hace el amor con) a la persona B (que puede ser la pareja constante de A) y si A ama (y hace el amor con) a la persona C, el amor de A por C no resta nada al amor de A por B. La ilusión es la resta, la pérdida. La forma de operatividad en una comuna ideal coincide con esta comprensión. Todo se ensucia, no obstante, si la relación de A con C tiene una intención agresiva contra B, que a la vez responde con algún tipo de agresión contra A y C.

Con frecuencia he descubierto que si un joven que sufre el llamado problema de la "escena primaria", por ejemplo, se mete en la cama en la que están un hombre mayor y una mujer con la que acaba de hacer el amor, y aquél hace el amor con la misma mujer (aunque únicamente cuando esto es aceptable para todos los participantes), se produce un gran alivio de la tensión referente a las "figuras paternas", y también un aceptable alivio de las tensiones homosexuales, correspondiendo la "fantasía" del joven a la ecuación: "le hago el amor a esta mujer = él me hace el amor". Sólo el temor mutuo puede producir crisis negativas.

De hecho, todo esto no tiene mucho que ver con la mera cópula (es decir, con el aspecto más limitado de la totalidad del componente corporal), sino que se trata de que todos amen y demuestren la aceptabilidad de lo "inaceptable". En términos de amor y sexualidad puede entonces demostrarse en términos corporales, más allá de las palabras, que hay mucho menos que temer de lo que generalmente se cree. La "cura hablada" no puede cumplir esta modificación del amor y la sexualidad.

Tomo otro ejemplo comunitario de una pareja con "graves dificultades sexuales", cuyo elemento central era el miedo de la muchacha a ser violada por su padre y, "por supuesto", su deseo de que así ocurriera. En aquel momento, todos los miembros de la comuna estaban haciendo el amor. Mientras el joven de la pareja se encontraba con otra mujer en la misma habitación, un hombre mayor le hizo delicadamente el amor a su esposa y luego todos durmieron juntos, pacíficamente. A la mañana siguiente, la pareja estaba agradecida y todos se abrazaron. Poco tiempo después tuvieron que irse a otro país (la mayoría de las comunas en que he trabajado tenían una población internacional cambiante, lo que ayuda a difundir la idea comunitaria) y decidieron tener un hijo... con amor.

El mayor temor de todos no tiene nada que ver con el odio y los actos agresivos. El mayor temor consiste en amar y ser amado. En las curiosas contorsiones de la mente, el amor se equipara a la locura. Se lo siente como una pérdida total del yo, lo que es equivalente a una temida locura. Esto es cierto en cuanto al acto de amar, incluso en momentos en que el orgasmo no está contenido en la experiencia. Si mediante algún tipo de experiencia terapéutica, no necesariamente profesional (de hecho es mucho menos común en la terapia profesional), podemos aprender a aceptar esta pérdida del yo con la certeza anticipada del retorno del yo, estamos abiertos al amor. El amor ha sido perdido y tiene que ser re-inventado. El amor es una estructura que ha sido falsamente desestructurada a través del desarrollo de la propiedad como mediadora de las relaciones humanas. El amor sólo puede ser reinventado con una desestructuración de la falsa estructura existente, mediante un cambio en las relaciones de propiedad. Este cambio sólo puede producirse a través del desarrollo comunitario, o de pasos cuantitativos hacia la revolución cualitativa de toda la sociedad. Naturalmente, el desarrollo comunitario es sólo uno de los caminos que conducen hacia dicho cambio cualitativo. La represión nos obligará a crear otras estrategias y tácticas contraviolentas. En la mayor parte de los países del tercer mundo sería ridículo hablar de las comunas como un importante instrumento de lucha. Existen excepciones, por ejemplo Argentina, pero en general la violencia del sistema opresivo fuerza a la gente a urgentes y desesperadas contraviolencias inmediatas. No existe una significativa etapa prerrevolucionaria entre la opresión total y la revolución total. Claro que ya existen comunas de diverso tipo en países del tercer mundo, pero no pueden ser orientadas con amplitud hacia la elucidación de la "vida interior".

Si hemos de pulsar la clave del Nuevo Amor, creo que debemos encontrarla en el acto de dejar que el otro sea. Esto requiere un control cuyo aprendizaje puede ser muy doloroso y, por lo que sabemos, muchas relaciones se rompen porque uno no puede dejar que el otro sea. Dejar ser no es un concepto psicológico, sino ontológico. Entraña un cambio en nuestro ser, no un cambio en nuestra mente. No sólo es libertad el reconocimiento de la necesidad, sino que tenemos que reconocer la necesidad de reconocer la libertad. No es paradójico que uno pueda tener un compromiso total en una relación central y tener simultáneamente una relación amorosa (y posiblemente sexual) con otros.

Una seducción espiritual sin sexualidad corporal puede ser una experiencia fundamentalmente mistificadora. Aquélla, según mi experiencia, puede ser más devastadora precisamente porque es menos evidente que la sexualidad corporal, y sus resultados más explosivos. Por cierto, no permite que el otro sea. La seducción espiritual no es, necesariamente, un acto intencional, pero cierta dosis de la misma es casi inevitable en cualquier grupo comunitario. Quienquiera sea el líder carismático del grupo, en cualquier momento atraerá, inevitablemente, a los miembros del sexo opuesto y del propio. El peligro consiste en que el líder se hace cómplice, a sabiendas o no, de dicha atracción. Si esto ocurre, el grupo se vuelve estéril e improductivo, excepto quizá por uno o dos accidentes afortunados. Se da este caso tanto en las comunas exteriormente orientadas (macropolíticas) como en aquellas de orientación interna (siendo la comuna ideal, por supuesto, una síntesis de ambas orientaciones).

En síntesis, el amor sólo puede ser re-inventado mediante la abolición de la familia nuclear burguesa que lo ha destruido. La familia debe ser reemplazada por comunas en las que el sexo no sea considerado una propiedad privada. Lo que en la vida familiar burguesa pasa por ser amor es nada menos que reacción política. En castellano se designa hijo político al yerno: las relaciones familiares legalizadas son políticas, y se trata de política reaccionaria. El supuesto filosófico de que "la naturaleza humana no puede cambiar", se convierte en una regla familiar implícita contra el cambio. Un joven al que conocí en Inglaterra visitó a un psiquiatra porque se sentía perseguido por su suegra más allá de todo límite de posible aceptación. Por consejo del psiquiatra (después de investigar a fondo el caso), el joven emigró a Australia. Allí se inició en el paracaidismo de caída libre, como desafío último a su desesperación (disfrazada como su muerte). Un día en que estaba practicando la caída libre entrevió a su suegra cayendo detrás de él. Ella abrió el paracaídas; él fue lo bastante afortunado para recordar que debía hacer lo mismo.

Amar el amor a uno mismo lo suficiente para amar a otro lo lleva a uno a ir más allá del pathos de la familia burguesa y el pathos de los primeros intentos de formación de comunas que ahora experimentamos, hacia el amor que reposa en la verdad del otro lado de la revolución que debemos hacer.

Otra vez contra toda probabilidad, decido ser optimista. Para que el amor sea re-inventado no se requiere un cambio de actitudes socialmente visibles, sino un cambio en el ser, que después se vuelve socialmente evidente; he experimentado esos cambios en personas, aunque son bastante raros; se manifiestan como la transición de un modo de ser posesivo a una forma justamente orgullosa y no depredatoria de vivir las relaciones con plena autonomía.
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Nota:
1. Véase La muerte de la familia , cap. I. regresar